El señor. Inicio II
Mr Home ya había sido mencionado por Allan Kardec en la edición de febrero de la Revista Espírita. Kardec parece tener un gran cariño por la mediumnidad y las características personales del Sr. hombre. En él vemos a un hombre dotado de una facultad asombrosa. Es un joven de 24 años, de mediana estatura, rubio y cuyo rostro melancólico es todo menos excéntrico; es de complexión muy delicada, de costumbres sencillas y dulces, de carácter afable y benévolo, en el que el contacto de la grandeza no ha arrojado ni arrogancia ni ostentación. Dotado de una excesiva modestia, nunca hace alarde de su maravillosa facultad.
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El señor. El hogar es un médium con varias facultades, con énfasis en los fenómenos físicos y las manifestaciones inteligentes que, como no es escriba, las respuestas de los Espíritus se dan mediante latidos vibratorios.
Lo que llama la atención del Sr. Inicio, a pesar de su mediumnidad, es que su facultad está excepcionalmente desarrollada. Bajo la influencia del Sr. En casa se pueden escuchar los ruidos más fuertes y se pueden dar vuelta todos los muebles de una habitación y apilarlos unos encima de otros. Además, él mismo gravita sin ser consciente del hecho.
Otro don notable de todas sus manifestaciones es el de las apariciones, razón por la cual Kardec se empeñaba en comentarlas, en vista de las graves consecuencias que de ellas se derivan y de la luz que arrojan sobre otros muchos hechos. Lo mismo ocurre con los sonidos que se producen en el aire; instrumentos musicales que tocan solos, etc.
Kardec termina el artículo diciendo que la religión nos enseña la existencia del alma y su inmortalidad; El Espiritismo nos da su prueba viva y palpable, ya no por el razonamiento, sino por los hechos y que la Doctrina Espírita nos muestra la felicidad en la práctica de las virtudes evangélicas; recuerda al hombre sus deberes para con Dios, con la sociedad y consigo mismo.
En una nueva embestida, Kardec concluye que:
“Ayudar en su propagación (del Espiritismo) es dar un golpe mortal a la herida del escepticismo que nos invade como una enfermedad contagiosa. ¡Honra, pues, a los que emplean en esta obra los bienes con que Dios los ha favorecido en la tierra!”