Orgullo – Dictado por San Luis

Revista espírita — Revista de estudios psicológicos — 1858 > Mayo > Orgullo – Disertación moral dictada por San Luis a la Srta. Hermance Dufaux

Caso I – Orgullo y humildad

Un señor soberbio poseía unas pocas hectáreas (medida agraria con 0,2 hectárea) de buena tierra. Estaba orgulloso de las pesadas espigas que cubrían su campo, y miraba con desdén el campo yermo de los humildes. Este se levantó al canto del gallo y estuvo todo el día encorvado sobre la tierra ingrata; pacientemente recogió los guijarros y los arrojó al costado del camino; revolvió profundamente la tierra y arrancó con dificultad los espinos que la cubrían. Pues, su sudor hizo fructificar el campo, y recogió el mejor trigo.

Sin embargo, la cizaña creció en el campo del hombre orgulloso y sofocó el trigo, mientras el dueño se jactaba de su fecundidad y miraba con lástima los silenciosos esfuerzos de los humildes.

De cierto os digo, que la soberbia es como la cizaña que ahoga el buen grano. El de entre vosotros que se tiene por más que su hermano y se jacta es un necio. Sabio es el que trabaja para sí mismo, como el humilde en su campo, sin enorgullecerse de su trabajo.

SRA. Ermance Dufaux
SRA. Ermance Dufaux

Caso II – El rico y el pobre leñador

Había un hombre rico y poderoso que disfrutaba del favor del príncipe. Vivió en palacios y numerosos sirvientes intentaron adivinar sus deseos.

Un día, cuando sus mochilas estaban acorralando a un ciervo en lo profundo del bosque, vio a un pobre leñador inclinado bajo el peso de un fardo de leña. Lo llamó y le dijo:

─ ¡Esclavo vil! ¿Por qué pasas por el camino sin inclinarte ante mí? Soy igual al Señor: en los consejos mi voz decide la paz y la guerra, y los grandes del reino se inclinan ante mí. Sabed que soy sabio entre los sabios, poderoso entre los poderosos, grande entre los grandes, y mi elevación es obra de mis manos.

─ “¡Señor! ─ respondió el pobre hombre, ─ temí que mi humilde saludo te ofendiera. Soy pobre y el único bien que tengo son mis brazos, pero no deseo tu engañosa grandeza. Duermo en mi sueño y no temo, como tú, que la voluntad del Señor me haga caer en mis tinieblas.

Ahora el príncipe estaba cansado del orgullo de la arrogancia. Los grandes humillados se levantaron contra él, y fue arrojado desde el pináculo de su poder, como una hoja seca que el viento arrebata de la cima de la montaña. Pero el humilde hombre siguió tranquilamente su áspero trabajo, sin preocuparse por el día siguiente.

Caso tercero – El soberbio

Orgulloso, humíllate, porque la mano del Señor doblará tu orgullo hasta el polvo.

¡Escuchando! Naciste donde el destino te arrojó; saliste del vientre de tu madre débil y desnudo como el último de los hombres. ¿Por qué levantas la frente más que tus semejantes, que, como ellos, nacieron para el dolor y la muerte?

¡Escuchando! Vuestras riquezas y vuestra grandeza, vanidades de vanidades, se escaparán de vuestras manos cuando llegue el gran día, como las aguas movedizas del torrente que evapora el sol. No tomarás de tus riquezas más que las tablas del ataúd, y los títulos grabados en la lápida serán palabras vacías.

¡Escuchando! El perro del sepulturero jugará con vuestros huesos, y se mezclarán con los del mendigo; tu polvo se mezclará con el de él, porque un día ambos seréis polvo. Entonces maldecirás los dones que has recibido, cuando veas al mendigo revestido de su gloria, y llorarás por tu orgullo.

Humíllate, soberbia, porque la mano del Señor doblegará hasta el polvo tu soberbia.

las parábolas

¿Por qué San Luis nos habla en parábolas?

─ Parece que hoy la lección debería dársenos de una manera más directa, sin tener que recurrir a la alegoría.

─ Al espíritu humano le gusta el misterio. La lección se graba mejor en el corazón cuando la buscamos.

─ Lo encontrarás en desarrollo. Quiero que me lean, y la moral necesita un disfraz bajo el atractivo del placer.