Las ilusiones de un espíritu apegado a la riqueza

Extraído da obra “Instruções psicofônicas”, de Chico Xavier.

El Hermano “F” con que designaremos al compañero, cuyo mensaje vamos a transcribir, fue un gran banquero en la Tierra. Ciertamente no fue un criminal, en el sentido común del término, pero por el contenido espiritual de sus manifestaciones, parece haber sido uno de esos hombres “ni fríos ni calientes” del símbolo evangélico, que, trayendo su mente caliente a la idea del oro, durante su existencia en la carne, lo dominó en sus primeros días, más allá de la muerte.

“[…] Preocupado y angustiado, sentí la necesidad de confesarme. Después de todo, yo era un católico que había relajado su fe. Sin que nadie escuchara mis llamados, pedí la presencia de un sacerdote. Avancé hacia el confesionario y me puse de rodillas, pero en unos instantes el confesionario se convirtió para mí en una ventana de banco. Sobresaltado, levanté los ojos hacia el altar. El altar, sin embargo, se había convertido en una caja fuerte. Traté de consolarme con la vista del misal, pero el libro de culto apareció de repente metamorfoseado en un viejo libro propio, en el que secretamente publicaba mis notas de ingresos reales. Traté de aislarme. Temía la locura total. Aun así, levanté la mirada hacia la imagen de la Virgen María. Naturalmente, ella sentiría pena por mí, sin embargo, ante mi atención, la imagen se redujo a una joya de alto precio… Estaba hecha completamente de oro, de oro puro…

[…]

Pedí un tanque de agua que me era familiar en lo alto del barrio de Santo Antônio. El agua allí corría a borbotones. Podría agacharme... Podría beber como si fuera un animal y, postrado, ya no de rodillas, sino de pie, imploraría la gracia de Dios. Encontré el agua corriente, el agua clara visitada por la luz del sol y me tendí en el suelo... Pero, en el momento preciso en que mis labios sedientos tocaron el líquido puro, sólo apareció oro, oro... Reconocí que yo había descendido a la condición de enajenado mental. Recordé, entonces, a un viejo amigo... Cícero Pereira... Cícero era espiritista y, por eso, se convirtió para mí en alguien que supuse, en mi triste ceguera, haber dejado en la retaguardia de la locura. El recuerdo bastó para que su voz se hiciera oír. Él respondió a la llamada. Él me apoyó. Habló conmigo […]

Un gran ejemplo de que no se pueden tomar ciegamente las comunicaciones de un Espíritu como si fueran la expresión de la verdad. Imagínese si este Espíritu, siendo llevado a una reunión de ayuda espiritual, contara sólo la parte de la ilusión en cuestión y la gente desprevenida se fuera diciendo que, en el mundo de los Espíritus, hay oro...